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La vida no tiene libreto,José Salomón: el trabajo duró y el precio de no rendirse.

  • alexahnder
  • hace 1 día
  • 5 Min. de lectura

Escena número 1: los años en El Salvador


José Salomón desde Rare 297 Steakhouse
José Salomón desde Rare 297 Steakhouse

José Salomón Reyes Reyes nació en el departamento de La Unión, El Salvador, en un pequeño pueblo donde la vida transcurría entre la calidez de la gente y la dureza ineludible del entorno. Allí, la infancia era un refugio inocente, frágil, un cristal balanceado en la roca amenazante de la inseguridad. A los siete años, su mundo dio un giro decisivo al mudarse a San Miguel para vivir con su abuela, recientemente viuda. Ella lo acogió para que, juntos, se hicieran compañía, encontraran estabilidad y, sobre todo, para que él pudiera continuar sus estudios. Aquella casa, llena de afecto, se convirtió para José en su mundo y en su centro de gravedad en medio del terrible torbellino social que azotaba y azotaría sin tregua a El Salvador desde los años ochenta. 


La violencia era parte del paisaje cotidiano. Salomón lo recuerda con precisión dolorosa ahora a sus cuarenta y siete años: ir a la escuela no era una rutina, sino un acto de riesgo. “Mirabas en las esquinas a las pandillas esperando a los estudiantes para reclutarlos, para robarnos; si te veían zapatos nuevos, te los quitaban”, cuenta. Él mismo fue despojado alguna vez de sus útiles escolares. Muy pronto entendió que su país estaba atravesado por amenazas, asaltos y miedo, pero también aprendió algo más profundo: a observar el mundo con alerta permanente y una determinación que no se deja quebrar. 


José vendía "boquitas" antojos
José vendía "boquitas" antojos

Esa determinación se cristalizó en una atracción hacía el dinero, desde niño sintió el encantó de su magnetismo, no por ambición, sino por independencia. “Me gustaba tener dinero más allá de lo que podía darme mi padre para mis estudios”, recuerda. Al salir de la escuela vendía “boquitas”: mangos cortados del árbol de la casa de su abuela, servidos con sal y chile, ofrecidos afuera del portón en lo que sería su primer negocio de tantos otros que carga a sus a cuestas, Picante's, Rj’s, Rare 297 por mencionar algunos de los más icónicos en los últimos años. 


José posa al lado de su premio Best of the Berkshires, que certifica a Rare 297 como la mejor Steakhouse este 2025
José posa al lado de su premio Best of the Berkshires, que certifica a Rare 297 como la mejor Steakhouse este 2025

Hoy sonríe al recordarlo desde su oficina en 297 North Street, donde dirige y administra su más reciente restaurante Rare 297 Steakhouse frente a las fotografías familiares de sus seres queridos en El Salvador, Rare 297 es uno de los restaurantes exitosos que ha construido a lo largo de los años. Aquellos mangos fueron su primer aprendizaje: el valor de ganarse lo propio. 


Esa lección lo acompañó siempre. Años más tarde en la adolescencia, se involucró en el negocio familiar del calzado y comenzó a viajar por Centroamérica junto a su tío: Costa Rica, Guatemala, Nicaragua. Conoció carreteras interminables, mercados ruidosos, culturas distintas. Cada kilómetro recorrido le fue puliendo su carácter. Sin embargo, dentro del empresario adolescente de catorce años latía otro sueño: el arte. Mientras juega con el popote del vaso lleno de hielo sobre su escritorio, como si mezclara los recuerdos de su adolescencia, revive el momento en que pidió permiso a su padre para seguir la actuación y la música. La respuesta fue seca, definitiva: “No, no te doy autorización para hacer esa carrera”. Aun así, el anhelo persistió. Tiempo después obtuvo una visa de estudiante para México; quería conocer Bellas Artes, acercarse al mundo que lo llamaba. Sin saberlo esa visa artística años después, sería de gran ayuda mientras atravesaba México para llegar de este lado. 


La vida no es un guion actoral o libreto donde todo está dicho, a veces esta nos deja improvisar nuestra felicidad, y otras más, nos rompe completamente el guion que teníamos escrito: su hermano Nahum enfermó de cáncer. Los costos del tratamiento golpearon con fuerza la economía familiar y su padre ya no pudo sostener los estudios de José. En medio de ese quiebre familiar, de buenas a primeras de su pueblo de la Unión salió un conocido suyo le dijo “qué haces acá, vámonos a probar suerte”. José estaba trabajando como maestro en una escuela entre semana y con una vida relativamente estable, por lo que de loco no bajó a su conocido. Venían hacía la ciudad donde los iba a recoger el coyote, en ese trayecto se fraguó en José Salomón una de las decisiones más impulsivas y trascendentales de su historia: renunció por mensaje de texto vía beeper, “renuncio” le escribió a su jefa de la escuela; 5,000 dólares después se había apalabrado con el coyote que lo llevaría también en ese mismo viaje rumbo a Estados Unidos. 


No lo hizo por aventura. Lo hizo por necesidad. Lo hizo por amor:

“La meta era ayudar a mis padres y salvar a mi hermano.Tenía un tumor cancerígeno, unas glándulas en el cuello que crecían, se las quitaban y volvían a salir”.

Cada paso del viaje tenía un nombre: familia. La travesía fue una odisea de casi cuatro meses. Su visa actoral le permitió moverse por México con cierta libertad. Cruzó Tecún Umán, la frontera entre Guatemala y México, con documentos en regla, esquivando algunos obstáculos, aunque no todos. Fue detenido varias veces. Recuerda que siempre llevaba consigo una toalla del restaurante salvadoreño Pollo Campero y una historia ensayada como buen actor: “Soy becado, ando conociendo el país porque voy a estudiar artes”. La repetía una y otra vez hasta llegar a Matamoros, Tamaulipas. Allí, su pasión por la actuación se convirtió en su brújula para acercarse al río que lo separaba de Estados Unidos. 


El Río Bravo, la caudalosa frontera natural entre Estados Unidos y México. Foto:UDLAP
El Río Bravo, la caudalosa frontera natural entre Estados Unidos y México. Foto:UDLAP

Intentó cruzarlo cinco veces. En uno de esos intentos, presenció una escena que lo marcó para siempre: una madre cruzaba el río con su hijo pequeño cuando la corriente se lo arrebató. Salomón y otra persona lograron rescatar al niño, jalándolo del gorro de su sudadera. Esa imagen quedó tatuada en su memoria. Aún hoy, cada noticia sobre migración lo devuelve a ese instante en medio del rio hace ya muchos años. 


Después al cruzar, la mujer colapsó mentalmente. Había cruzado todo un continente desde Chile y, al llegar allí, quería quedarse tirada en el camino del desierto. Salomón la enfrentó con palabras firmes, pero tan humanas como compasivas: le recordó todo lo que ya había resistido, lo cerca que estaba del destino, la posibilidad de seguir. “Si hay que descansar, descansamos; si nos agarran, nos agarran a todos”, le dijo. Ella logró salir. Él no tuvo la misma suerte. Fue deportado por cuarta vez a México, pensaban que era mexicano en un ciclo que parecía interminable, en un número actoral sin sentido como si cada intento lo alejara más de su hermano, de su familia, de su propósito. 


 José mezclando bebidas en Picante's.
José mezclando bebidas en Picante's.

En el quinto cruce, con los sueños impulsando cada brazada en el río y cada paso en el desierto, llegó finalmente a Houston. Tenía 18 años. Ese mismo día una familia lo recogió y por la tarde tomó un autobús rumbo a Nueva York. Allí, sin saberlo del todo, comenzaba la otra mitad de su historia, una para la que no había ensayado, una que carecía de aplausos y guiones, solo la vida real exigiendo cada día... 


Continua mañana parte 2...

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