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El rostro detrás del Festival Latino: entrevista exclusiva con Liliana Ortiz-Bermúdez.

  • alexahnder
  • 29 oct
  • 6 Min. de lectura

El próximo año, el Festival Latino de los Berkshires celebrará tres décadas ininterrumpidas de música, danza y orgullo cultural. Lo que comenzó como un pequeño encuentro impulsado por la pasión y la nostalgia de una mujer caleña hoy es un referente de identidad y comunidad en Great Barrington para toda la región.


Su fundadora, Liliana Ortiz-Bermúdez, nacida en Cali “la sucursal del cielo”, como ella dice con una sonrisa, trajo consigo el fuego del Caribe y la alegría de su tierra : “Si un viernes por la noche no estabas bailando salsa, era porque estabas enfermo o muerto”, recuerda entre risas sobre Cali. Desde su llegada a los Berkshires, Liliana no solo fue testigo de momentos históricos, desde la caída de las Torres Gemelas hasta la persecución de ICE, sino que también abrió caminos cuando pocos creían en el poder y la presencia de la comunidad hispana. Su espíritu indomable transformó una idea en un legado: un festival que ha echado raíces y florecido como símbolo de diversidad, resistencia y celebración. 

 


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De profesión contadora,“me sé ganar la plata sudadita cada principio de año” dice con orgullo, Liliana trabajaba como maestra en Cali durante el día y estudiaba por las noches para convertirse en contadora pública. Llegó a los Estados Unidos con una visa estudiantil para cursar una maestría, con la idea de quedarse apenas cinco años. Pero la vida de este lado tenía otros planes. “Venía de una ciudad grande, llena de luces, de discos y de repente llegué a este lugar tranquilo y callado”, cuenta sobre la primera vez que llegó a los Berkshires. 


 Los primeros años no fueron fáciles: “De nada servía tener dinero si el restaurante latino o el lugar para bailar más cercano estaba en Nueva York”. Un día un vecino le dijo al ver que era bilingüe una frase que marcaría su destino mientras esperaba afuera de su casa en Lee con su hija Ángela en brazos de entonces dos años (ahora presidenta del Festival): “En el pueblo de Lee, hasta que pasen cuatro generaciones, tus hijos no serán de Lee. Tienes que crear un nombre, la gente debe saber quién eres y respetarte por lo que haces.” 


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Esa advertencia se convirtió en un mantra. Liliana se propuso abrir caminos, y aunque sufrió rechazo por su acento, "tan pesado que lo he tenido toda la vida” recuerda, nunca se dejó vencer. “Me daba rabia que no me entendieran los americanos; les preguntaba si no sabían leer o qué, yo estaba enojada y les deletreaba las palabras en inglés”, dice riendo mientras rememora esos primeros años. 


 Con el tiempo comprendió que su acento no era una debilidad, sino una marca de identidad y orgullo. “El festival se trata de empoderamiento. El acento es un signo de diversidad, un regalo para la cultura. Cada país tiene el suyo y cada país trajo su ritmo: los mexicanos sus rancheras, los colombianos la cumbia, los dominicanos la bachata. Y aquí todos nos volvemos importantes.” 


Origenes del Festival 


El sueño del Festival Latino nació casi por casualidad. En el verano del 88, durante el extinto Summer Fest en Great Barrington, Liliana notó que algo faltaba cuando caminaba con su amiga por la cerrada y bullicosa Main St. “Nosotras íbamos con la mejor pinta a la usanza colombiana y para nuestra decepción vimos a los americanos vistiendo tenis sport, sin ritmo. Pensé: las únicas latinas en Great Barrington somos nosotras, si queremos ritmo tenemos que mostrar lo nuestro.” Así, en 1993, pagó de su bolsillo 300 dólares para traer un grupo de danza desde Boston cuando se abrió la oportunidad de usar una tarima en el Summer Fest. “Los americanos estaban fascinados viendo cómo las garífunas(auténticas bailadoras de la punta hondureña )movían sus caderas ”. 


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Un par de años después, en 1995, nació el primer Festival Latino de los Berkshires, y lo hizo con lo más valioso que tenía su fundadora: la voluntad y las ganas. No había escenario, luces ni patrocinadores, solo el sueño de Liliana Ortiz-Bermúdez de reunir a la comunidad en torno a la música y la alegría.


Aquella primera edición fue un ensayo de fe: las bailarinas que habían prometido presentarse se echaron atrás por vergüenza, y la única comida disponible eran unos tamales mexicanos preparados por una estadounidense. Al caer la noche, sin electricidad, los tamales se vendieron a la luz de las velas. “Las bailarinas no llegaron, recuerda Liliana entre risas el vestido con el que salió al paso, y terminé bailando con mi esposo y un amigo suyo todo el repertorio. Ni siquiera pudimos encontrar una pareja para él”.


Esa improvisada noche en Lee,  marcó el comienzo de un movimiento cultural que, 29 años después, sigue latiendo con la misma pasión que la vio nacer. 


El desfile del 4 de julio cambió el rumbo de todo. Liliana, con un vestido hecho de retazos blancos de la fábrica donde trabajaba, desfiló por North Street junto a su amiga, moviendo las caderas al ritmo contagioso . “Ella cortó una bandera grande de Colombia e hizo unos vestidos. Era la primera vez que los latinos bailaban en esa calle. Los fotógrafos iban detrás de mí”, recuerda entre risas. 


Esa espontánea explosión de alegría y color se convirtió en un momento histórico: por primera vez, la comunidad latina se hacía visible en el corazón de Pittsfield. Con el tiempo, la imagen de Liliana bailando con su falda ondeando como fuego, aparecería en la portada del Berkshire Eagle, ocupando media plana. 


“Cada año mejorábamos; mi mamá me mandaba VHS desde Colombia con clases de baile”, cuenta con orgullo. 


Presente e incertidumbre 



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Con el paso de los años, el Festival Latino se hizo tan grande que sus alas ya no cabían en Lee. Después de 23 años de historia en aquel pequeño pueblo, Liliana tomó una decisión tan valiente como dolorosa: mudarlo a Great Barrington. El cambio marcó un antes y un después. Bajo el majestuoso telón del Saint James y con los vibrantes aftershows en el Mahaiwe Performing Arts Center, el festival alcanzó una nueva dimensión. “Los americanos pensaban desde el principio que sería una fiesta desordenada, con gente borracha y dos pelados tocando guitarra, pero nosotros les demostramos que tenemos un arte milenario, diverso y digno”, recuerda Liliana, con la mirada brillante y el orgullo de quien ha hecho historia. 


Desde entonces, el festival no solo es una celebración: es una afirmación cultural. En cada edición, los colores, los acentos y los ritmos de más de veintidos países se funden en una sola voz que dice aquí estamos. Sin embargo, no todo ha sido alegría. En la última edición, la sombra de ICE planeó sobre el evento como ave de cacería y el miedo se coló entre los tambores. “Mi hija tenía miedo de que se llevaran a los latinos. Ella lloraba. Quería cancelar. Muchos no vinieron; faltó la mitad del público”, confiesa Liliana. 


A pesar de la presión, incluso de organizaciones que le pedían cancelar, su respuesta fue inmediata y rotunda: “¡¿Cómo que no va a haber festival?! ¡Es parte del currículo de las escuelas, una celebración educativa! ¡No podemos quitársela a la comunidad!” Desde Colombia, donde se encontraba de visita, defendió lo que muchos daban por perdido. Su convicción fue más fuerte que el miedo. 


“Siempre faltan voluntarios y este año fue peor”, admite. “Pero mientras yo esté aquí, el festival seguirá”. Y con esa promesa, Liliana no solo defiende una tradición: defiende el derecho de toda una comunidad a celebrar su identidad, su arte y su alegría en plena luz del día. 

 

El sueño: un centro de artes escénicas latinas en los Berkshires



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Hoy, Liliana Ortiz-Bermúdez sueña en grande. Sueña con fundar un Centro Latinoamericano de Artes en los Berkshires, un lugar donde cada país de nuestra América pueda brillar con luz propia. “Quiero que haya una noche ecuatoriana, otra brasileña, una boliviana, una paraguaya… que todos aprendamos unos de otros”, dice con esa pasión que ha movido montañas durante tres décadas. Imagina un espacio donde los acentos se mezclen como los ritmos de una orquesta, donde los niños aprendan danzas que cruzan fronteras y donde el arte latino florezca con la dignidad que merece. 


Después de tantos años, Liliana siente que este rincón entre montañas es ya su hogar. “He pasado más tiempo aquí que en Cali. Dios me permitió establecerme en este paraíso, formar una familia y dejar huella en la historia de los latinos en los Berkshires”, confiesa con emoción. Lo dice una mujer que llegó con un sueño y terminó construyendo una comunidad entera. 


Y así, entre música, tamales y faldas de colores, Liliana sigue escribiendo su historia. No solo trajo la salsa a los Berkshires: trajo el orgullo de ser latino, la fuerza de quien transforma la nostalgia en arte y la ternura de quien entiende que la identidad no se adapta, se celebra


Mientras una salsa, merengue o cumbia resuene entre las montañas de los Berkshires, mientras una bandera ondee al ritmo del tambor, el espíritu de Liliana Ortiz-Bermúdez seguirá bailando, recordándonos que los sueños, cuando se bailan, también se heredan. 

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