José Salomón: del sacrificio migrante al éxito sin permiso
- alexahnder
- hace 6 horas
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Acto 2

José Salomón llegó a Nueva York con una promesa en la mente a sus 18 años: ayudar a su hermano enfermo de cáncer, su primer trabajo fue en la pizzería de Queens, John’s Pizza, un local que, hasta el día de hoy, sigue abierto. No hubo bienvenida cálida ni discursos motivadores. Lo recibieron con un saco lleno de cebollas para pelar. Su jefe, en italiano y con una dureza casi teatral, le dijo:
—“Ah, signore, ti ricordi della madre, della bambina, della nonna, della sorella? Pianga pure quanto vuole, inizia a sbucciare la cipolla.”Señor, ¿se acuerda de la madre, de la novia, de la abuela, de la hermana? Llore todo cuanto quiera ahora, comience a pelar las cebollas.
José lo entendió de inmediato: allí no había espacio para la debilidad. Y aun así, pensó para sí:“Aquí estoy donde quise estar. Y me voy a asegurar de que, cuando me regrese, sea porque logré mis sueños, lo que he querido. No me voy a regresar siendo un fracasado.”
Tres meses después ya era cocinero. Luego vinieron los aprendizajes: cocina italiana, masas, vinos, ravioli. Cuando la pizzería fue traspasada, tomó otra decisión clave: irse a un steakhouse, Escaros Brothers, lo mejor que le pudo haber pasado. Allí recorrió todos los puestos posibles en una escuela de constante aprendizaje: mesero, expediter, headwaiter, manager. Aprendió de vinos, de servicio, de liderazgo y excelencia.
Se volvió experto en avanzar, pero también en dejar ir para crecer. Conoció el amor que lo puso en una encruzijada al querer perseguir su carrera actoral, escogió el amor, decisión de la que no se arrepiente pues tiene ahora dos hijos fruto de esa decisión.

A partir de 2005 emprendió su propio camino con restaurantes centroamericanos y latinoamericanos en Nueva York. Los negocios iban bien hasta que en 2012, la tormenta Sandy lo golpeó de frente: uno de sus locales fue destruido y perdió casi todo. La "Tormenta Sandy causó inundaciones masivas, apagones generalizados (afectando a 8 millones de personas) y daños económicos por decenas de miles de millones de dólares, paralizando la ciudad y el futuró de José. Su restaurante no tenía un seguro adecuado; nunca había considerado las inundaciones dentro de la prima. “Tocó empezar de cero.”
Ese golpe, lejos de derrumbarlo, lo empujó a trabajar más fuerte, más concentrado, más consciente de que su capital más valioso no era el dinero, sino su mente. En 2015 abrió Picante’s en Canaan, y más tarde Picante’s Lakeview, negocios que se convirtieron en parte fundamental de su identidad empresarial.
“Me dediqué mucho a trabajar y a poder crecer. Cuando caí, me aferré más al trabajo y a hacerme más fuerte mentalmente. Y yo dije: voy a darme a conocer más cuando ya nadie me pueda tumbar, solamente Dios.”
Su llegada a los Berkshires ocurrió casi por casualidad. En 2018, un amigo lo llevó a comer a un restaurante mexicano, Tito’s, pero estaba cerrado. Regresaron por First St a Cumberland para cargar gasolina. Esa noche, entre nieve y cansancio, vieron un enorme letrero de For Rent. Algo hizo clic.Al día siguiente, casi por casualidad un representante de ventas de US Foods, que conocía bien la zona, le dijo:—“Hay un restaurante que acaba de cerrar en Pittsfield, se llama The Rainbow. ¿Lo quieres ir a ver?”

Al llegar el dueño del lugar lo miró de pies a cabeza y fue tajante:—“No. Este lugar no es para ti. No confío en alguien tan joven como tú.” Pero José, con esa voluntad inquebrantable que no se agacha agregó:—“Yo te propongo algo: ven a mi negocio Picante's, ve lo que yo tengo, y tú me vas a llamar a mí.”
El dueño del edificio visitó Picante’s Canaan y, todavía con el sabor de la comida en los labios, dijo:—“Necesitamos hablar.”En ese momento quedó convencido de que José Salomón era la persona adecuada para ocupar ese espacio. Así nació la semilla del icónico restaurante RJ’s.
Pero no todo ha sido sencillo. También enfrentó rechazo, discriminación y comentarios hirientes, racisistas, especialmente al principio. Cuando se mudó a Nueva York, al día siguiente un vecino tocó su puerta y le preguntó cuánto quería por irse de ese pueblo. Otros, después de cerrar el trato de RJ’s, le dijeron que no duraría ni tres meses.
“El racismo ha estado y está siempre. Como latinos, tenemos que trabajar más, el doble o el triple en comparación con un americano".
En RJ's le dijeron "Roba trabajos. Vete para tu país".Lejos de retraerse, José se afianzó aún más.“Yo aporto más a este país . Yo sé de dónde vengo y sé lo que valgo”, dice en su oficina de Rare 297.

Muchas veces, reconoce también, que quienes más desaniman a los emprendedores latinos son otros latinos. Por eso él hace lo contrario: apoya negocios pequeños, compra un café, entra a un local sin anunciar quién es. Cree firmemente que la verdadera pobreza no es económica, sino mental.
Con los años ha construido un equipo sólido. Maneja casi un centenar de trabajadores entre sus múltiples restaurantes. Muchos dependen de él, y él de ellos. Sabe que detrás de cada empleado hay una familia entera. Por eso es exigente: pide excelencia, pero también enseña, guía y trabaja codo a codo cuando hace falta. Conoce cada puesto porque ha pasado por todos.
Su filosofía es simple y poderosa:
“Es mejor decir lo intenté, que decir ojalá lo hubiera hecho”

Mirando hacia atrás, al niño que vendía mangos con sal, al joven que cruzó ríos, al maestro que renunció en un impulso, al cocinero que pelaba cebollas, al migrante que no permitió que lo humillaran, José Salomón sabe que no se arrepiente de nada. Cada paso, incluso los más difíciles, lo preparó para construir lo que hoy tiene.En medio de todo, la vida también le golpeó en lo personal. Su hermano falleció siete años después de verlo partir del Salvador con una promesa a cuestas. Pudo visitarlo y pasar 14 días con él.
“No quiero ser el criado de mis propios negocios. Quiero vivir, disfrutar y seguir creciendo. Y si yo salí adelante, cualquiera puede hacerlo.” afirma.
Su historia es valiente, extensa, cruda y luminosa, es testimonio del espíritu latino que cruza fronteras: trabajar, soñar y crear algo que deje huella.





